domingo, 10 de marzo de 2013

¿Por qué la gente nos decepciona?


¿Por qué la gente nos decepciona? Porque nos pasamos la vida creyendo que las relaciones humanas, en general, se encuentran presididas por un principio de justicia universal, equidad, reciprocidad o como queramos llamarlo. Nada más lejos de la realidad.

Esta falacia nos llega a sacar conclusiones precipitadas del tipo de “con todo lo que he hecho por ella, ahora se va como si nada”. Sí, amigo, se va como si nada porque no está obligada a quedarse, por mucho que hayas hecho. Y es que todo eso que has hecho, si lo hacías como medio para obtener un compromiso de permanencia, mejor te lo hubieras ahorrado. A lo más que se puede esperar es a que te den las gracias.

Suena duro pero es así. El primer paso hacia la liberación personal consiste en aceptar que la forma en la que nos relacionamos se encuentra guiada más por la apetencia que por el equilibrio. Se relacionarán contigo hasta que quieran y apetezca, y tu harás lo propio con tus semejantes. Cuando no, se irán. Por mucho que patalees y saques la lista de buenas acciones. Las buenas acciones son eslabones débiles si las usamos cual cadenas para sujetar a alguien que se quiere ir.

Yo por mi parte, he empezado cortando los finos hilos que me aferraban con personas que en su día decidieron alejarse, y a las cuales me negaba dejarles partir, pues entendía que no podían irse así por así, después de todo lo que había dado o hecho por ellas. Seguía esperando que volvieran, una disculpa, una explicación. En un breve lapso de clarividencia, he borrado toda forma de contactar con ellas, ya que he entendido que no me deben nada, que están en su derecho de alejarse si así lo desean, sin más explicaciones. Igual algún día aparecen, pero yo ya al no poder si quiera contactar con ellas no las espero, porque de ser así, el problema me lo quedo yo, que espero algo que nunca llegará. Y las agujas del reloj no tienen piedad con aquellos que esperan…

Darlo todo sin esperar nada a cambio. Si tienes presente esto, estarás en paz con aquel que se va de tu vida, pues nunca esperarás a que te devuelva todo aquello que en su día hiciste por él.

jueves, 24 de enero de 2013

SE ME HA HECHO TARDE


Nunca es tarde para volver a empezar de nuevo, dicen. Posiblemente no sea imposible, pero si que se hace muy difícil, ya que el mundo sólo gira en una dirección y no se puede ir en contra de ella.

Lo cierto es que el tiempo pasa inexorablemente; ajusticiando los segundos, instantes, días, momentos y años de una manera implacable.

La inercia provoca que cada vez giremos más rápido, y que el pasado sea cada vez más distante. Sólo hay que comparar la historia de la humanidad en éste último siglo con aquellos que le precedieron para descubrir ese salto cualitativo. Todo es más rápido, voraz y fugaz: avances o retrocesos, trabajos, estilos de vida y, como no, las relaciones humanas.

Alguien dijo una vez que cada separación es un fracaso, lo cual nos convierte a todos aquellos que alguna vez perdimos, no supimos , o no pudimos conservar a esa persona, en fracasados. Muchos rebaten esta idea, pero, eufemismos aparte, lo cierto es que cada ruptura conlleva la pérdida de como mínimo un elemento objetivo y constatable: el tiempo. La tierra ha estado girando mientras tanto, y  por mucho que corras no te va a devolver las vueltas que necesitas.


De repente ese tiempo invertido, todo ese camino andado, choca contra una pared. Sólo queda emprender el camino de vuelta para, al llegar al punto de partida, descubrir que nadie te ha esperado. Todos ya se han ido. Ya no queda nadie allí.

Volver a empezar, pero ,¿cómo? El mundo te lleva siete años de ventaja. Finalizar una relación es como llegar a casa después de un largo viaje, y comprobar que ya no vive nadie allí o, sólo quedan ruinas. La ruptura es inevitable, sí. La ruptura es dolorosa, también. Al principio, ese dolor y el duelo que atravesamos no nos impiden ver lo que hay detrás, como las grandes cortinas de un escenario. Pero una vez que se retiran dejan al descubierto un atrezzo desnudo y vacío.


Vale, ya no duele, lo has superado, pero ¿y ahora que? Empiezo de nuevo, pero, ¿con quién? En esos 7 años han pasado muchas cosas, no había nadie sentado, esperando todo ese tiempo a que llegaras de un viaje del que ni siquiera tú mismo pensabas regresar algún día. Esa persona vive ahora más lejos. Aquella otra siguió con su vida. Esa otra se fue alejando poco a poco, pero tu ni te diste cuenta. Y por último está ella, la ves y piensas “es mi oportunidad de empezar de nuevo”, pero nunca la conociste hasta ahora, cuando ya es tarde, porque en estos 7 años no estaba sentada, esperando por ti, con lo cual ahora tiene una vida, vida en la que no encajas.

No deja de ser trágico el pensamiento de que quizás, más adelante, Dios no lo quiera, a ella le toque emprender el camino de vuelta que ahora ando yo. Y que, llegado el momento, yo no esté allí, esperándola. Pero claro, no puedo sentarme a esperar algo que quizás nunca ocurra. Al final todo es un capricho del tiempo, que juega con nosotros haciéndonos correr en círculos, pero dejando la suficiente distancia entre unos y otros para que no choquemos.

Aún así, contra el síndrome del viajero no hay remedio. No queda otra que seguir. 

Aunque el mundo no te haya esperado.