Nunca es tarde para volver a empezar de nuevo, dicen.
Posiblemente no sea imposible, pero si que se hace muy difícil, ya que el mundo
sólo gira en una dirección y no se puede ir en contra de ella.
Lo cierto es que el tiempo pasa inexorablemente;
ajusticiando los segundos, instantes, días, momentos y años de una manera implacable.
La inercia provoca que cada vez giremos más rápido, y que el
pasado sea cada vez más distante. Sólo hay que comparar la historia de la
humanidad en éste último siglo con aquellos que le precedieron para descubrir
ese salto cualitativo. Todo es más rápido, voraz y fugaz: avances o retrocesos,
trabajos, estilos de vida y, como no, las relaciones humanas.
Alguien dijo una vez que cada separación es un fracaso, lo
cual nos convierte a todos aquellos que alguna vez perdimos, no supimos , o no
pudimos conservar a esa persona, en fracasados. Muchos rebaten esta idea, pero,
eufemismos aparte, lo cierto es que cada ruptura conlleva la pérdida de como
mínimo un elemento objetivo y constatable: el tiempo. La tierra ha estado
girando mientras tanto, y por
mucho que corras no te va a devolver las vueltas que necesitas.
De repente ese tiempo invertido, todo ese camino andado,
choca contra una pared. Sólo queda emprender el camino de vuelta para, al
llegar al punto de partida, descubrir que nadie te ha esperado. Todos ya se han
ido. Ya no queda nadie allí.
Volver a empezar, pero ,¿cómo? El mundo te lleva siete años
de ventaja. Finalizar una relación es como llegar a casa después de un largo
viaje, y comprobar que ya no vive nadie allí o, sólo quedan ruinas. La ruptura
es inevitable, sí. La ruptura es dolorosa, también. Al principio, ese dolor y
el duelo que atravesamos no nos impiden ver lo que hay detrás, como las grandes
cortinas de un escenario. Pero una vez que se retiran dejan al descubierto un
atrezzo desnudo y vacío.
Vale, ya no duele, lo has superado, pero ¿y ahora que? Empiezo
de nuevo, pero, ¿con quién? En esos 7 años han pasado muchas cosas, no había
nadie sentado, esperando todo ese tiempo a que llegaras de un viaje del que ni
siquiera tú mismo pensabas regresar algún día. Esa persona vive ahora más
lejos. Aquella otra siguió con su vida. Esa otra se fue alejando poco a poco,
pero tu ni te diste cuenta. Y por último está ella, la ves y piensas “es mi
oportunidad de empezar de nuevo”, pero nunca la conociste hasta ahora, cuando
ya es tarde, porque en estos 7 años no estaba sentada, esperando por ti, con lo
cual ahora tiene una vida, vida en la que no encajas.
No deja de ser trágico el pensamiento de que quizás, más
adelante, Dios no lo quiera, a ella le toque emprender el camino de vuelta que
ahora ando yo. Y que, llegado el momento, yo no esté allí, esperándola. Pero
claro, no puedo sentarme a esperar algo que quizás nunca ocurra. Al final todo
es un capricho del tiempo, que juega con nosotros haciéndonos correr en
círculos, pero dejando la suficiente distancia entre unos y otros para que no choquemos.
Aún así, contra el síndrome del viajero no hay remedio. No
queda otra que seguir.
Aunque el mundo no te haya esperado.
2 comentarios:
Que guay como escribes! gracias por compartirlo, estás fichado!, seré una asidua lectora. Te iré dejando comentarios :D
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